Me gusta. Y creo que, para que me mire, tiene que gustarme
lo mismo que le gusta a él.
Y a él le gusta la música.
Compré un libro para entender la música que a él le gustaba,
y después, tuve que comprar una revista que explicaba el libro que explicaba la
música que le gustaba a él. Invertí tantas horas que quedé libre en una
materia, habiendo estudiado más arduo que en toda mi vida.
De caída en caída, caí en un foro donde un montón de avatares
con la cara de Waters decía un montón de cosas que me dejaban con la boca
abierta. Que él abrazara estas cosas tan elevadamente lejanas a mí, me hacía
sentir la más pelotuda de la cuadra. Y eso era buena señal. Enamorarse no es
un mucho más que sentirse una imbécil.
Abrí un documento de Word, copié y pegué un par de posteos. Como tomé confianza, traduje
un par de frases aleatorias de canciones ídem de la banda y las meché adentro
del texto. Por un momento sonreí al imaginar que todo ese textote era
producción mía, y sentí la postergadísima tesis, dos metros más cerca de mí.
Junté coraje y lo postié en Facebook. Inmediatamente entré
en su perfil para extrañarlo menos y me encontré con que hacía 24hs que su muro
lo anunciaba en una relación. No conmigo, no con Waters. Con una rubia con una
musculosa de Justin Timberlake. 1 notificación. De él. “Guau, copado!”. Así,
sin megusta.
Jaj! Enamorarse no es mucho más que sentirse una imbécil es tan cierto!
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